Domingo de Corpus Christi
- Movimiento Camino de Emaús
- 14 jun 2020
- 11 Min. de lectura
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo»
ORACIÓN INICIAL
Bendecido domingo, hermanos! Nos ponemos en presencia de nuestro Padre que es Dios, Hijo y Espíritu Santo para orar juntos este Evangelio Vivo que Jesús nos ha regalado.

LECTURA ORANTE DE LA PALABRA - LECTIO DIVINA
Invoquemos al Espíritu Santo para que al orar con la Escritura la podamos interpretar con el mismo Espíritu que la inspiró.
Podemos subrayar aquellas frases o palabras que tocan nuestro corazón. También podemos anotar preguntas o dudas.
Primera lectura: Deuteronomio 8:2-3, 14-16

"Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. No te vuelvas arrogante, ni olvides al Señor, tu Dios, que te hizo salir de Egipto, de un lugar de esclavitud, y te condujo por ese inmenso y temible desierto, entre serpientes abrasadoras y escorpiones. No olvides al Señor, tu Dios, que en esa tierra sedienta y sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca, y en el desierto te alimentó con el maná, un alimento que no conocieron tus padres. Así te afligió y te puso a prueba, para que tuvieras un futuro dichoso."
Salmo responsorial: Salmo 147:12-15, 19-20
"¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión!
Él reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos dentro de ti;
él asegura la paz en tus fronteras y te sacia con lo mejor del trigo.
Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente; revela su palabra a Jacob, sus preceptos y mandatos a Israel:
a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos. ¡Aleluya!"
Segunda lectura: I Corintios 10:16-17
"La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan."
Evangelio: Lectura del santo evangelio según San Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
"Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente,
y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, diciendo:
«¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?».
Jesús les respondió:
«Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre,
no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron.
El que coma de este pan vivirá eternamente»."
REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DE HOY
Nuestra hermana querida, Mariana Benegas, nos anuncia el evangelio de hoy, para ayudarnos a estar aún más cerca de su presencia. Te invitamos a escucharlo!
3 CERTEZAS, 3 REGALOS Y UN DESAFÍO!!!!
La liturgia nos ofrece tres certezas que orientan nuestra reflexión de hoy: la experiencia del desierto del pueblo de Israel, que nos da la certeza de que Dios camina y está con nosotros, la segunda: el alimento que da fuerzas al peregrino y la tercer certeza es que la vida no es derrotada por la muerte, estamos invitados a vivir resucitados.
Y tres regalos y un desafío:
El libro del Deuteronomio (en la 1Lectura) evoca el paso del pueblo por el desierto. Este hacer memoria tiene el objeto de despertar la responsabilidad de los oyentes con respecto a las tareas presentes. La historia enseña al pueblo de Israel que su paso por el desierto, lleno de adversidades y contratiempos, no es simplemente una situación ciega, ajena a todo sentido y significado, sino un momento de prueba. Un momento en el que Dios penetra el corazón, se hace presente y ofrece el sustento a los que desfallecen.

El Señor sale al paso de sus necesidades y les da el maná. Este alimento que les ofrece en el desierto sostiene la vida del pueblo y lo ayuda a continuar la marcha.
Así como en el pasado, Israel atravesó por el desierto y Dios probó su corazón y lo mantuvo en vida, así ahora, en el presente de nuestras vidas el Señor no es ajeno a la realidad de cada uno, a la suerte de la humana toda.
En verdad, como dice el texto de Sabiduría 11,23-26 “Dios es amigo la vida y no odia nada de cuanto ha creado”. Esta verdad encuentra su plenitud en Cristo que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Juan 10,10) Por eso nos da a comer su carne, verdadera comida, y a beber su sangre, verdadera bebida, para que todos tengamos vida eterna (como dice el Evangelio). Participando todos de un solo pan (Eucarístico) formamos un solo cuerpo (2 Lectura). En la experiencia del Éxodo, Israel aprende que cada vez que es amenazado en su existencia, sólo tiene que acudir a Dios con confianza renovada para encontrar en él asistencia eficaz: « Eres mi siervo, Israel. ¡Yo te he formado, tú eres mío, yo no te olvido! » (Is 44, 21; 43,1-7).
Parece que Dios en su pedagogía desea llevar al alma al desierto y allí probar su corazón y hablarle al corazón. Una prueba y una palabra. Una prueba que purifica, que hace crecer, que fortalece el alma. Una palabra que ilumina, que orienta y crea una amistad profunda.
La experiencia de Dios pasa siempre por el desierto donde cada uno se desprende de sí mismo, nos purificamos de toda pasión o desviación y su Espíritu nos va llevando con suavidad y firmeza por etapas hasta entonces desconocidas, que nos ayudan a crecer y ser adultos en la Fe. Entonces tenemos una experiencia nueva y más profunda de Dios y de su amor.
Así como lo expresa el profeta Oseas (Oseas 2,14) hablando de cómo Yahveh es esposo fiel del pueblo infiel: Voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. En el desierto la esposa infiel conocerá al Señor, volverá al amor primero. El Señor nos habla al corazón hermanos, toma cuidado de nosotros su pueblo y nos quiere como un esposo quiere a su esposa. No nos abandona, incluso cuando Él mismo es abandonado por nosotros. La experiencia del desierto es una prueba que desvela lo que hay en el corazón; una prueba para ver si el pueblo guarda los preceptos de Yahveh. Pero, sobre todo, se subraya que el Señor es quien da sustento a su pueblo en las horas de peligro, y que este sustento no es sólo el pan material, sino cuanto sale de la boca de Dios. Se le pide al pueblo de Israel una confianza y un abandono no indiferente ante Yahveh. Se le pide que deje toda preocupación material en las manos de Dios y que se ocupe en seguir la marcha que se le ha propuesto.
El mensaje que es a la confianza: alimentarse sólo de la Palabra de Dios, dar crédito total y sin limitaciones a los planes de Dios en la propia vida, sin temores, sin reticencias. Con la confianza del Salmista “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad” (Salmo 39,6.10-11)
En el evangelio de hoy se subraya que Jesús mismo es el pan de vida: su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida y sólo el que come su carne y bebe su sangre tiene vida eterna. El evangelista hablando de este modo, quiere dar a entender que el pan eucarístico es “verdaderamente” el cuerpo de Cristo y el vino consagrado es “verdaderamente” la sangre de Cristo. Y quien come este cuerpo y bebe esta sangre tiene la vida eterna y la promesa de Cristo de que nos resucitará el último día. Cristo se hace totalmente presente y se nos ofrece como alimento para el camino. Su gracia es la que nos sostiene, su amor es el que nos reanima. En la Eucaristía encontramos las fuerzas para seguir al amigo incomparable de nuestras almas que está allí siempre para escucharnos y ofrecernos su amistad. Podemos atravesar ya cualquier desierto, podemos ser puestos a prueba por innumerables adversidades, en la Eucaristía encontraremos las fuerzas necesarias para superar el combate.
¿Y los tres regalos de Dios?
La Presencia Viva de Jesús, la Unidad y el Amor fraterno.

La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos recuerda la institución de la Eucaristía que se llevó a cabo el Jueves Santo durante la Última Cena, al convertir Jesús el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre. Es una fiesta muy importante porque la Eucaristía es el regalo más grande que Dios nos ha hecho, movido por su deseo de quedarse con nosotros.
Al referirnos a la Eucaristía como Comunión, estamos proclamando nuestra unión entre todos los hombres y nuestra adhesión a la Iglesia con Jesús.
Es un sacramento de unidad y su celebración sólo es posible donde hay una comunidad que quiere caminar a la luz de su Palabra, aceptando nuestras diferencias, perdonando nuestras sombras y límites.
Eligiendo amar cada día. “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”. Juan 17,21
La misma noche que Jesús instituyó la Eucaristía, instituyó también el mandamiento del amor. Por lo tanto, la Eucaristía y el amor a los demás tienen que ir siempre juntos.
Dice el texto de Juan 13 "Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes." Juan 13,14-15; "Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado." Juan 15,12.
Y, en este sentido, la Eucaristía tiene que estar necesariamente anticipada en el compromiso con el hermano. Frente a tanta pobreza y desigualdad no podremos mirar a otro lado.
En nuestro entorno más o menos cercano nos encontramos con familias obligadas a vivir de lo que otros le dan, vecinos golpeados por el desempleo, conocidos que están enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación.
El recibir la Eucaristía nos tiene que llevar a la solidaridad. Nos tiene que hacer más humanos. Nos puede enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos.
El compartir la Eucaristía también se renuevan nuestras comunidades y nos ayuda a crecer en amor fraterno.
Es con Jesús en el corazón, el momento de descubrir que no es posible seguirlo sin dar mi aporte por una sociedad más justa y menos corrupta, más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.

No podemos compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y de justicia.
Algo nos estaría faltando se nos damos la paz unos a otros, olvidando a los que van quedando excluidos socialmente. La celebración de la eucaristía nos quiere ayudar a abrir los ojos para descubrir a quiénes tenemos que defender, apoyar y ayudar en estos momentos.
La Eucaristía vivida cada domingo con fe, nos puede hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir este tiempo de pandemia con lucidez y compromiso.
Desafío
Quiero ir terminando con una historia, se cuenta que en una tribu primitiva, un muchacho joven descubrió un día la manera de hacer fuego, todos alrededor lo felicitaban y se aprovechan de este gran regalo. El inventor quiso hacer partícipes a otras tribus de las enormes ventajas que la manipulación del fuego podía reportar. Tomó sus cosas y se fue a la tribu más cercana. Reunió a la comunidad y les explicó la manera de hacer fuego y como se podía utilizar para mejorar la calidad de vida, cocinar lo que cazaran y abrigarse en el invierno. La gente se quedó admirada al ver aparecer el fuego, hicieron fiesta y compartieron la primera comida cocida a las brasas. Después de unos días, los dejó y les regaló los instrumentos de hacer fuego y se volvió a su tribu. Unos años después, volvió a la aldea. Cuando lo vieron llegar, todos mostraban su alegría y le condujeron a una pequeña colina apartada del poblado. Allí habían construido un hermoso monumento, donde habían colocado los instrumentos de hacer fuego que él les había dejado. Y le contaron que toda la tribu se reunía allí, para adorar aquellos instrumentos tan maravillosos.
Pero... ni rastro de fuego en toda la aldea. Su vida seguía exactamente igual que antes. Ninguna ventaja habían extraído de este maravilloso don. Jesús se arrodilló ante sus discípulos para lavarles los pies; y al terminar esa tarea de esclavos, les dijo: “Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque soy Maestro y Señor. Pues si yo, su Señor y Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado el ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo” Juan 13,13
Esta lección a veces nos cuesta, quizás es más fácil adorarlo que imitarlo en el servicio y la disponibilidad para con los hermanos. Corremos el riesgo de convertir la eucaristía en un rito de culto o en una obligación que no modifique nuestra vida.
La eucaristía era para las primeras comunidades el acto que más los comprometía, los cristianos que la celebraban se sentían impulsados a vivir lo que el sacramento significaba.
Eran conscientes de que recordaban lo que Jesús había sido durante su vida y se comprometían a vivir como él vivió.

El Pan, partido y repartido para ser comido, es el signo de lo que fue Jesús toda su vida.
El signo, no está en el pan como tal, sino en el hecho de que está partido y re-partido, es decir en la disponibilidad en la que se encuentra para poder ser comido.
El Señor estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera ser consolado, confortado y recibir una vida nueva.
Él, se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar; aunque esa actitud tuvo como consecuencia última, que fuera entregado y crucificado.
La vida de Jesús estuvo siempre a disposición de los demás. No es la muerte la que nos salva, sino su vida que estuvo siempre disponible para todo el que lo necesitaba, una vida obediente al Padre.
El primer objetivo al celebrar el sacramento de la Eucaristía, es tomar conciencia de la realidad divina en nosotros. Pero esa toma de conciencia tiene que llevarnos a vivir esa misma realidad como la vivió Jesús.
En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el AMOR. El Amor que es Dios manifestado en Jesús. Siendo Él don total, amor total, sin límites.
Al comer el pan y beber el vino consagrados, hago mía su vida y me comprometo a identificarme con lo que fue e hizo Jesús, y a SER Y HACER yo lo mismo.
El pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Somos discípulos no sólo cuando comemos a Jesús, sino cuando nos dejamos bendecir, partir, repartir y comer, como hizo él. Hermanos el gesto de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación de lo que significa el sacramento.
Comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que ES Jesús. Significa que, como Él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me pueda necesitar.
Este es el desafío.
Propuesta de oración realizada por Mariana Benegas, de la Comunidad Betania.
Agradecemos su servicio y pedimos para ella la bendición de Jesús Resucitado y María Madre de la Iglesia.
Siempre iluminada por el Espíritu. Gracias por tu entrega y tus palabras Mari!!!
Muchas gracias por la reflexión, hermosa y profunda. Bendiciones.🙏